DOMESTICARNOS

Hace unos días, me preguntaste:
- Me domesticaste?
- Cómo? Domesticarte?
( casi con enojo, te respondo con extrañeza, tratando de entender q me decís).
Y claro son las 12.30 de la noche, los parpados pesados vencen, y ya me había dispuesto a dormir hace unos minutos mientras tapada acomodaba el acolchado.
Te acaricias la frente, mirando el techo, con la mano casi en peso muerto debido al ángulo que le propone el codo en alto, y continuas:
- Claro, no leíste “El Principito”? ( en ese momento me miras).
Ahí relajo el seño fruncido y me dispongo a escucharte, y busco tu mirada celeste en la oscuridad.
- Mmm, no… intenté
- El relato de la flor, … el del zorro… ( tiras al aire frases cortas, por ver si alguna me suena). Y te hago un no con la cabeza. Como todavía intentando entender porqué el principito, la domesticación y nuestra relación en tu mente encuentran emparentarse.

En las penumbras de la noche los gestos son menos nítidos, con el sueño las palabras se adormecen al punto de volverse casi distantes, el interés suena a desinterés…

Han pasado unos días, y me acercas el relato:

El zorro se calló y miró un buen rato al principito:
-Por favor... domestícame -le dijo.
-Bien quisiera -le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.
-Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no fienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
-¿Qué debo hacer? -preguntó el príncipito.
-Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Te sentarás al principio ún poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...
El principito volvió al día siguiente.