Parada en puntas de pie, flotando en el equilibrio invisible de unos deditos, y un empeine de mas vencido. Así estiradita como intentando alcanzar el cielo. Unas piernas esculpidas por la danza cotidiana. Se arregla el pelo frente al espejo. Unos mechones suaves y claros, que relucen. La tez clarita, casi blanca transparente. Su rostro suave desea bailar la música. La expresión vivida en su rostro. Se mueve con dulzura, como pidiéndole permiso a la melodía. Quizá algún pasaje trágico de Romeo y Julieta, o algún pueril instante del Cascanueces, o quizá la romántica Giselle. Otras es tan sólo un reflejo en constante movimiento en el Lago de los cisnes.
El brazo izquierdo acompaña un movimiento y su cuello erguido suavemente lo sigue. Hasta que descubre de frente su rostro en el espejo. Sorpresa! Se encuentra allí, en un momento casi eterno. Vacilando entre la sorpresa y la fascinación, una niña frente a su porvenir. Sus ojos grandes se miran. Redondos, presos de obnubilación. sin lugar a dudas ocurren muchas cosas por su mente. Escucha la música, de seguro esa expresión casi de dolor no la tendría si no fuera porque esta deshilachando las líneas del pentagrama ideal que imagina en su mente. Pero claro esta, que hay más en esa imaginación.
El edificio musical de pronto se desmorona, las notas perdidas en el salón ya no importan, se ha distraído al corregir la posición de sus pies. Luego de unos instantes intenta volver a su universo paralelo. Buscando los renglones invisibles sobre los que quiere escribir su música. Concentrada nuevamente, reaparece la expresión tan típica de su cara cuando baila, seria. Los ojos redondos aún continúan mirándose en el espejo. El mismo hilo deshilachado del pentagrama, se convierte en el cabello de una niña que ha dibujado, y rápidamente su mechón lacio se enrosca y se traduce en un Sol bemol bailando en el salón.
Esos ojos redondos se van detrás de la nota y miran a su alrededor. Baja al universo tangible, de esta tarde veraniega. A las agujas de un pequeño relojito de bronce que descansa sobre el piano, marcando las diecinueve y cincuenta y dos. Atravesando la temporalidad ha caído del cielo. Aquí te encuentras niña!... Con tus manos descansadas en la barra. Tu espalda erguida. Tus pies en quinta, frente a mi reflejo, en respectiva sincronía. Y ahora me percibes... Tus ojos de espejo invadidos por estos...
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