Pedaleaba rápido para llegar, jugando a que el rodado de mi bicicleta siempre estuviera justo encima de las líneas amarillas que indicaban la banquina. Practicaba sin las manos y las dejaba jugar con el viento en el extremo silencio de esa ruta. Era muy pequeña, unos 10 años y sin que nadie lo sepa emprendia esas excursiones. Solo de lejos oia el mar, y el viento amplificado en mis oídos por la velocidad. En unos veinte minutos de pedaleo, recorría la distancia para llegar al “mundo fantasía” que en realidad existia.
Para mi contento no habia nadie. Nunca habia nadie. Sólo yo y los barcos. Dejaba la bicicleta tirada en la entrada del astillero y comenzaba a caminar hacia el alambrado que siempre debia saltar para disfrutar del Puerto vacío. Mis ojos fugaces se abrumaban. Los colores y los materiales captaban mi atención: conteiners, maquinaria y grúas;
Entre tanto rojo y gris oxidado, de repente se alcanzaba a ver el mar, allí dormido en un piletón antes de la escollera. Y me entraba un sentimiento de regocijo, la respiración profunda se hacia cada vez más pausada. “La paz de la siesta portuaria, Los ojos cerrados del mar...” ( quiza hoy me digo..). Y me quedaba paradita, quietita y sigilosa escuchando como suenan los cascos de los barcos chocando contra el agua, cuando la onda suave de una ola llega hasta el muelle. Y esperaba la otra onda, para ver como se tambalean nuevamente los botes de pintura gastada roja anaranjada. El sabor que imagino tiene el óxido, en todo aquello de lo que la sal se adueño. El ronquido marino que hace subir y bajar a las boyas, el zumbido húmedo y crispado de sogas y nudos enormes tironeando a fuerza.
Un día mientras investigaba, jugaba, e imaginaba relatos de barcos perdidos, de marineros aventureros y de tormentas jamás vistas, el cielo negro rugió desde lo profundo del mar y algo me dijo que la siesta habia de terminar. Al escuchar los truenos lejanos levante la mirada hacia el horizonte, la inmensidad bravía acechaba detrás de esa escollera. Ese murallón color arena, hecho de piedras enormes
cortadas irregularmente que protegen al puerto. Ese límite creado por
unas manos, para separar lo calmo de lo movido. Allí erigida sobre unas
rocas enormes, en la peligrosa punta del
“Cabo Santa María”, mirando de frente un océano adverso.
Otro rugido del cielo me puso en alerta. Los botes descansados del puerto comenzaron a moverse más. Deshice mis pasos, y retrocedi inequívoca por los tablones agrietados del muelle hasta llegar a tierra firme, el cemento me olia mas seguro. Pero el peligro y el misterio eran mas que el miedo para esa nena aventurera.
Otro rugido del cielo me puso en alerta. Los botes descansados del puerto comenzaron a moverse más. Deshice mis pasos, y retrocedi inequívoca por los tablones agrietados del muelle hasta llegar a tierra firme, el cemento me olia mas seguro. Pero el peligro y el misterio eran mas que el miedo para esa nena aventurera.
Y entonces me embalentonaba, luchando contrariada con mi mente, escondidita en la capucha de un pequeño y gastado buzo celeste con motivos de barcos... El cielo gris oscuro, indicaba que en cualquier momento la tormenta vendriá. (Esa era la razón por la que a las tres de la tarde habia ido en bicicleta lo mas rápido posible hasta allí. Porque quería ver la tormenta de cerca. Y quizá hacerle frente.) Vivir lo que aquel marinero alemán shockeado y perdido nos contó (y en un inglés pobre mezcla de señas y gesticulaciones) , cuando su barco luego de una tormenta encalló en Bahía Grande, tratando de evitar la tragedia de estrellarse contra las rocas que rodean el faro y la isla La Tuna.
Ya estaba llegando al final de la escollera, cuando empece a notar que el nivel del mar estaba subiendo y tapando las piedras estratégicamente colocadas. El viento rachado me zarandeaba de un lado al otro. Las ráfagas sin dirección desestabilizaban mi cuerpo pequeño y por si era poco comenzó a garuar. Un relámpago lejano me dió ganas de huir. Di unos pasos pero no quice correr por miedo a caer. La espuma derepente baño la roca y empapó mis pies. Las olas realmente estaban creciendo. Todo crecia alrededor. Los relámpagos seguidos y luego los truenos que hacian añicos la atmósfera. La lluvia tomaba coraje, las tímidas gotas de repente pisaron fuerte y pesado. La situación era de peligro…me inmovilice, ya no sabía que hacer. Las olas mordian la roca, clavaban sus colmillos en mis piernas. Eran grandes, cada vez más grandes. Ni esta escollera las detendriá.
Y de repente ya no estar allí, ni mi infancia, ni yo.
1 comentarios:
Holaaa
conocia tu faceta de letrista de canciones, pero no historias en prosa.
La verdad me encantaron los 3, talvez "una sensacion" es tan personal que cuesta incorporarlo de primera lectura.
Por mi condicion provincial y de exilio por estudios del hogar desde temprano el que mas me gusto fue "la casa de los viejos"; me llego esa manera de escribirlo tan fresca y directa... emocionante
Una cosita muy personal, de a ratos lo senti algo sobrecargado de metaforas, creo que el ultimo no lo tuvo y eso me gusto.
Bueno ahi hay un poco de lo que me parecio...
Un beso
Colo
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